expr:class='"loading" + data:blog.mobileClass'>



Un miércoles cualquiera.
Recorro cada línea de metro que lleva tu nombre en todas y cada una de sus paradas.

Ando deprisa, tanto que el viento me ha dejado ganar.

Freno en seco. Entro en cualquier cafetería de Malasaña, con la esperanza de no tener que vender mis versos por un café; café solo, o yo muy sola, ya no me acuerdo.

Sorbos de café ardiendo por mi garganta y mis manos sedientas de calor buscando el libro de poesía que ha dejado marcadas mis ojeras las dos últimas noches; mi cabeza bolso está demasiado desordenado, un desastre sin remedio según tú, pero no hablemos de mi.

Me detengo un instante y observo. Observo el resto de mesas, el resto de miradas; no te encuentro, que raro, no se porque esperaba encontrarme con el gris de tus ojos, fijos en mí. 

¡Qué estupidez, hace días que no llueve!

En este cutre rincón de Madrid hay demasiado silencio, o demasiado ruido, quizás. Una aborrecida canción de pop suena de fondo y mientras, dos chicos demasiado ocupados, se han buscado más veces a escondidas de las que yo he jurado olvidarte.

Un grupo de extranjeros invaden el local canturreando y hablando a voces, pero demasiado alto como para saber si hablan de política, de cine ruso o de ti; ya sabes que todos esos temas me quedaron para septiembre hace ya mucho tiempo.

Lo siento, pero he caído en la tentación. Sí, se que siempre frunces el ceño cuando lo hago, pero no he podido evitarlo. He vuelto a fantasear con vidas paralelas, con estrenos de cine y con tus caderas y yo paseando de madrugada; tu y yo, siendo felices, dejando muda a la Gran Vía. ¿Te imaginas? 

Total, que más da, esto es solo un miércoles y yo una cualquiera.

Vuelvo a sumergirme en los versos que sostienen mis manos, con Andres Suárez pidiendo perdón por los bailes y con el último aliento del café entre mis pulmones.

Levanto la cabeza de las rimas; sigo viendo arte.

Por fin has llegado, como te gusta hacerme rabiar.












No hay comentarios:

Publicar un comentario